Estaba sumido en una profunda oscuridad,
las tinieblas se habían apoderado de mi alma.
Mi lámpara no tenía aceite, ni cabo mi vela;
ni te buscaba, Señor, ni te quería encontrar.
Mi corazón estaba seco, triste mi alma.
El vacío oprimía todo mi ser.
Mientras tanto, Señor, ahí estabas;
claros eran los signos de tu presencia.
Mis ojos permanecían ciegos a ellos,
pero vos me esperaste con infinita paciencia.
Y cuando por fin puede gritar: "Te necesito,
vení pronto en mi auxilio a rescatarme!",
sólo entonces pude verte, sentir el calor de tu abrazo,
llorar en tu hombro, escuchar tus palabras de consuelo.
Porque siempre estuviste a mi lado,
tu mano nunca se apartó de mi hombro.
Aunque no te sintiera, vos me sostenías.
Vos me trajiste nuevamente a tu presencia.
Tu Misericordia es eterna, tu Amor no tiene límites.
Nunca dejás de confiar, tu Paciencia hace milagros.
Por eso acá estoy; otra vez, me pongo en tus manos.
En vos pongo nuevamente toda mi esperanza.
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